El primer carro de combate fue el Mark I inglés, introducido durante la Batalla del Somme en septiembre de 1916: «por la izquierda llegó un hombre corriendo que gritaba "¡Hay un cocodrilo infiltrándose en nuestras líneas!"».
«Había visto por primera vez un tanque, y había creído que aquella máquina gigantesca, que avanzaba unas veces eriguiéndose y otras inclinándose, era un monstruo. Ver aquel Coloso bajo la luz del amanecer era un espectáculo fantástico. Por un momento su sección frontal parecías umergirse en un cráter, mientras su parte posterior se elevaba como una torre, y a continuación aparecían del interior del cráter sus fauces, para seguir avanzando lentamente con un aplomo aterrador». —Sargento Weinert, 211.º Regimiento de Infantería.
El resultado de su puesta en escena fue tan satisfactorio para Douglas Haig que, tras la Batalla del Somme, encargó 1.000 unidades. Finalmente se produjeron 150 unidades en diez variantes diferentes del tanque (Mark I – Mark X) desde 1916 hasta 1919.
Tanque Mark I "macho", nombrado C-15, cerca de Thiepval, 25 de septiembre de 1916. |
Estos tanques se dividían en dos tipos: macho y hembra. La diferencia era que el tanque macho pesaba 28 toneladas y el hembra 27. Por lo demás, sus características eran iguales: medían 9 metros por 2 de alto y 4 de ancho. Para su manejo se requería de 8 tripulantes.
Los "machos" portaban dos cañones Hotckiss QF de 6 libras y 4 ametralladoras Hotckiss de 8mm y los "hembras" 4 ametralladoras Vickers y 1 ametralladora Hotckiss. El blindaje oscilaba entre 6mm y 12mm y alcanzaba una velocidad máxima de 4,5 km/h.
La visibilidad dejaba mucho que desear:
«Llevé todo el tiempo las viseras del tanque abiertas, pues la visibilidad era muy limitada si estaban cerradas» (Teniente segundo Basil Henriques) por no contar la temperatura que se alcanzaba en su interior: hasta 50 grados. Finalmente, la poca fiabilidad sería mayor que la esperada, y nos lo vuelve a contar el Teniente Segundo Basil Henriques: «luego el periscopio fue alcanzado y quedó hecho añicos; más tarde los pequeños prismas se rompieron uno tras otro; y a continuación lo proyectiles perforadores de blindaje empezaron a provocar estragos, por mucho que hubieran dicho que los tanques estaban construidos a prueba de cualquier bala. Entonces mi conductor fue alcanzado, luego uno de mis artilleros, a continuación me tocó a mí [...]. Yo no veía nada. Lo único que podía hacer era abrir un poco la visera y echar una ojeada. Al final la visera también fue alcanzada y quedó colgando de un hilo: ¡el enemigo ya podía disparar contra nosotros desde una distancia corta!».
Fuente:
- «La Gran Guerra: Historia militar de la Primera Guerra Mundial» de Peter Hart.
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